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Dotado de un agudo sentido de la observación para registrar lo
singular en lo cotidiano, Fredy Clavijo desarrolló una serie de trabajos
inspirado por la imagen del desierto no un territorio en abstracto, sino el
desierto de la Guajira en el norte de Colombia, lugar donde coexisten grupos
indígenas con multinacionales, formas pre-modernas de habitar el territorio con
turismo de alta gama, escasez de agua con abundancia de petróleo y carbón. La
imagen del desierto se evoca en esta exposición a partir de un agua nombrada
por su ausencia; aparecen elementos como vasos, bidones, tubos y bombas
neumáticas habitualmente utilizados para extraer, conducir o almacenar el precioso
líquido.
Para Clavijo, el desierto –en su inmensidad geográfica y
homogeneidad cromática– se convierte en un lugar en donde se diluyen las
coordenadas de tiempo y espacio, simbólicamente un lugar para perderse, para
buscar un destino esquivo. Un lugar donde muchas temporalidades coexisten; al
inicio de la exposición, un brazo que oscila como un metrónomo marca, con los
chasquidos de los dedos, un tempo desde el cuerpo. Un territorio abandonado,
seco y cuarteado es evocado por bidones plásticos como los que que se usan en
zonas rurales para cargar el agua, el aceite o la gasolina.
Durante su estadía en FLORA, Clavijo decidió adoptar una política
de cero residuo: todo lo que entrara al taller sólo saldría transformado en
arte, incluyendo lo que queda del trabajo sobre el material: una especie de
capullo, del tamaño de un cuerpo, ha sido conformado pacientemente con los
fragmentos resultantes de calar los bidones de plástico.
En el patio hay una escultura hecha con partes descartadas de
tubos de escape que Clavijo compró en talleres del barrio San Felipe, en donde
FLORA está situado. Esta escultura vertical, coronada por una bomba hidráulica,
habla de la extracción –y en ese sentido se conecta con las otras obras de la
exposición– pero también del territorio del que provienen los elementos que la
conforman, índices de las actividades económicas del barrio como los servicios
de cambio de aceite, los talleres de mecánica, y las chatarrerías.
En la última sala, incrustado en un muro, hay un sistema de tubos
como los usados para instalaciones hidráulicas en las construcciones, los
cuales han sido retorcidos como si se hubieran exprimido para sacarles hasta la
última gota. Cerrando la exposición, otra temporalidad marcada por un
movimiento pendular: una vela encendida por sus dos costados que se balancea
entre dos vasos vacíos hasta que se extingue. El movimiento oscilante recuerda
el tempo de la extracción, el de las dragas sacando recursos del subsuelo. La
exposición se desarrolla en el espacio de dos temporalidades, la del cuerpo y
la del territorio. Mediante imágenes potentes y estrategias formales simples,
Clavijo logra su Intento alquímico de elevar los detritos culturales a una
imagen estética y con ellos evocar una idea de paisaje.
Curador: José Roca, 2018
DE LO ÁRIDO
Lo que inició como un viaje para recorrer un surco dejado por un río seco, sorpresivamente se convirtió en una travesía por la alta guajira al norte de Colombia. Una extensa zona desértica que paradójicamente sin previo aviso y coincidiendo con mi llegada, vio cómo las nubes se vinieron abajo convirtiendo la planicie en un gran espejo de agua, donde el reflejo del azul del cielo me recordó que esta tierra exprimida por el inclemente sol y aparentemente detenida en el tiempo, fue alguna vez un mar; un mar, hoy hecho de arena, que como esquirlas de infinito se saben horizonte.
Luego de una larga jornada por rutas cubiertas por lodo, llegué al fin a un pequeño poblado, un lugar cortado en dos por el acero de las líneas férreas que lo atraviesan. Por éstas, una lenta procesión de vagones que se siguen incesantemente unos a otros, repletos con el fuego dormido que descansa al interior del negro mineral que es arrancado de lo profundo de esta tierra y arrastrado lejos de aquí por un apurado tren.
Mientras el viento juega de manera caprichosa a dibujar espirales con bolsas plásticas vacías que encuentra por ahí y que luego de un rato deja caer contra los cactus del lugar, cubriéndolos con centenares de fragmentos de diferentes colores que delatan el rumbo por el cuál las esquivas ráfagas de aire se pierden entre los matorrales lanzando a su paso el espacio pulverizado en todas las direcciones.
En algunas esquinas del poblado se intenta, de manera infructuosa, ahuyentar la pobreza. Para esto los habitantes del lugar realizan cuidadosas composiciones con bidones o cualquier recipiente que sirva para ofrecer el combustible que es traído de contrabando a través de la frontera con Venezuela. Aquí el agua escasea, lo que hace que su valor sea superior a la gasolina que es la mercancía en oferta.
Luego de una larga jornada por rutas cubiertas por lodo, llegué al fin a un pequeño poblado, un lugar cortado en dos por el acero de las líneas férreas que lo atraviesan. Por éstas, una lenta procesión de vagones que se siguen incesantemente unos a otros, repletos con el fuego dormido que descansa al interior del negro mineral que es arrancado de lo profundo de esta tierra y arrastrado lejos de aquí por un apurado tren.
Mientras el viento juega de manera caprichosa a dibujar espirales con bolsas plásticas vacías que encuentra por ahí y que luego de un rato deja caer contra los cactus del lugar, cubriéndolos con centenares de fragmentos de diferentes colores que delatan el rumbo por el cuál las esquivas ráfagas de aire se pierden entre los matorrales lanzando a su paso el espacio pulverizado en todas las direcciones.
En algunas esquinas del poblado se intenta, de manera infructuosa, ahuyentar la pobreza. Para esto los habitantes del lugar realizan cuidadosas composiciones con bidones o cualquier recipiente que sirva para ofrecer el combustible que es traído de contrabando a través de la frontera con Venezuela. Aquí el agua escasea, lo que hace que su valor sea superior a la gasolina que es la mercancía en oferta.
Fredy Clavijo Cuarta